Cualquiera puede hacer malabares

Wubba J Malabar -Juan David Candelario

Soy Juan David, pero me llaman Wubba J Malabar. Esta es mi historia.

Llevo casi tres años haciendo malabares, y me encanta. En todo momento veo algo diferente y asombroso. Pareciera que no hay una réplica exacta de nada. En estos años he conocido mucha gente de todas las edades, de todos los estratos, en todas las situaciones. De algunas aprendí y a otras enseñe, todo gracias al malabar. 

Hoy decido contar esta historia, y espero que pueda inspirar a más emprendedores a vivir del arte.

Los niños ven al malabarista como si en él existiera un superpoder o algo que le ayudará a hacer lo que hace, como si fuera magia ¡y la magia sí existe! pero no es como la conocemos. La magia es la pasión que se entrega en lo que hacemos, en cómo lo hacemos, es la precisión de lo que hacemos, es la dedicación. La magia es poder hacer sonreír a alguien más, con aquello que te hace sonreír a ti.

Durante un tiempo estuve dictando talleres de malabares por toda la ciudad, y por lejos, la experiencia más bonita como tallerista, la tuve trabajando con niños en Ciudad Bolívar, uno de los lugares más temidos de la ciudad, y en donde todos desconfían del otro.

La llegada a Ciudad Bolívar

Llevaba un año cuando comencé a dictar talleres y un día recibí una llamada para trabajar con niños de esta localidad por 3 meses. Estaba acompañado de dos malabaristas más. 

Uno de ellos es extraordinario para el Diábolo, con un talento impresionante que deja boquiabierto a cualquiera. El otro malabarista era un artista contemporáneo asombroso, su manejo corporal, su flexibilidad, su habilidad con la acrobacia, y su talento para el teatro hacía que su presencia escénica resaltara como nadie más. Sin duda, dos monstruos de las artes circenses me acompañaban ese día.

Mientras caminábamos hacia el salón comunal, todas las miradas estaban puestas a cada paso que dábamos y era difícil no ponerse nervioso. Cuando entramos había un grupo de 8 niños esperándonos y nos sorprendió la cantidad, pues nos habían dicho que serían más.. en fin, el taller duraba 3 meses y ese no fue nuestro mejor primer dia.

El primer mes fue difícil, estábamos al frente de niños que no reían, no gritaban, no hacían preguntas, o a duras penas lo intentaban. Ese día pensamos que no volverían a ir, pues, les explicamos como hacer cosas básicas, como sus propios juguetes, pero solo escuchábamos nuestras propias voces, nada más. Ese día pensé que no podría enseñarles a esos niños a hacer malabares y las siguientes clases no fueron muy diferentes. Llegaban, se sentaban, nos escuchaban, intentaban y se iban. 

Llegaron las risas

Fue una alegría cuando dos semanas después con casi 18 horas de talleres, comenzaron a reírse con nosotros, y el ambiente mejoró radicalmente cuando comenzaron a preguntar, a imaginar. Los niños se divertían haciendo malabares y empezaron a aprender, ese fue el verdadero punto de partida. 

Por primera vez sus ojos mostraban un poco de brillo, y entendimos que sucedía. Los niños estaban rodeados de peligros, maltratos, acoso y mucha violencia. Algunos con apenas 8 años, y otros cercanos a los 14 años, ya vivían una vida de adultos casi completa. Fue difícil, pero después de entenderlos, y ellos de tenernos confianza todo cambió.

Pasaba el tiempo y todos nos sentíamos más cómodos, tanto que les propuse una presentación para demostrar lo que habían aprendido. Ellos se emocionaron y un mes después nos estábamos presentando para toda su comunidad, en uno de los parques más conocidos de la localidad. 

Todos estaban muy nerviosos pues era su primera presentación y la primera vez que docenas de personas los iban a ver. Estos niños ya no serían desconocidos. 

La hora prevista estaba a punto de llegar, y todos nos estábamos alistando… “¡preparados para el show” les dije, y arrancamos.

Comenzó el show.

El arte se había tomado las calles, las miradas de todos estaban puestas en nuestros trajes coloridos, nuestros juguetes reciclados y nuestras ganas de salir a darlo todo. La gente se empezó a reunir, y no creía lo que veía. Las mismas personas que nos cerraban puertas y ventanas por ser desconocidos cuando llegamos, estaban haciendo un círculo alrededor de nosotros.

Todo el mundo disfrutaba, los niños mostrando lo que aprendieron. Unos hacían acrobacia, otros malabares, pero todo era arte. Los espectadores aplaudían y bailaban, nosotros viendo el progreso que habíamos tenido con tan poco tiempo de haber llegado. Fue un dia espectacular.

Nos sentíamos muy orgullosos, y ahí me di cuenta que en realidad, cualquiera puede hacer malabares. Llegó la siguiente clase y ese día nos saludaban desde las ventanas de sus casas, desde cafeterías. Aquellos que salían en bicicleta eran ahora «los circenses!»

Pero esa no fue la única sorpresa…

Cuando llegamos al salon comunal, ya no nos esperaban 8 niños, ahora eran 33 y 15 adultos los que nos acompañarían por el resto de las clases. Fue muy emocionante, todos eran personas muy bonitas, muy humildes, y con ganas de aprender.

Cumplidos los tres meses, después de ir tres veces por semana y pasar tiempo con ellos, enseñarles tanto, y que nos enseñaran aún más, hicimos entre todos un montaje para 50 personas, donde todos fuimos artistas, y seriamos el show principal, el gran final, y el motivo por el que iniciamos este viaje. El público a reventar con la expectativa de que haríamos esa vez. 

El gran final

Un gran aplauso sonó desde la parte de atrás, hasta las personas que estaban en la primera fila, cuando entró el elenco. “Todos a sus posiciones y preparados para el espectaculo”.

Por un momento hubo un silencio de película… y la voz más aguda, de la niña más pequeña de todo el grupo hizo estremecer al público -!ACCIÓN¡ – Gritó.

En ese momento entendí lo que realmente hacia el malabar, el circo, el arte… . En tres meses, hicimos sonreír a personas que parecían no haber reido en años, cambiamos el peligro por el juego, cambiamos las armas por juguetes, cambiamos la violencia por la creatividad y ahi me enamore del malabar. El arte puede cambiar el mundo, el arte puede cambiar la vida… el arte es la capacidad de hacer felices a las personas. 

Cae el sol de la tarde, dando paso a una noche despejada, donde para despedirse de nosotros, algunos vecinos hicieron una comida. Se veía su agradecimiento, el cambio que hubo tanto en ellos como en nosotros, pero sobretodo alegrarnos un poco de nuestras vidas. 

Al despedirnos, había medio barrio diciéndonos adiós; pero un barrio completo me enseñó que cualquiera puede ser artista.

Esta historia me inspiró a que hoy, tres años después siga haciendo malabares, soñando con tener mi propia compañía. Voy lento, pero voy seguro, Soy artista, soy emprendedor.

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